En Agosto de 2007 tuve el honor de ser comisario de una Exposición sobre Manolete al cumplirse entonces el 60 aniversario de su muerte. Mañana 4 de julio tendremos el centenario de su nacimiento, por lo que he creído oportuno rescatar las palabras que escribí en el tríptico de la convocatoria. Luego expongo algunos datos que formaron parte de dicha exposición.
LA ESENCIA DEL TOREO
Manuel Laureano Rodríguez
Sánchez
MANOLETE
El 4 de julio de 1917, en la calle
Torres Cabrera, 2-A, nace un cordobés de estirpe torera. Sus padres, Manuel
Rodríguez Manolete “El Sagañón” y su madre Angustias Sánchez Martínez, viuda de
Lagartijo Chico.
Manolete
hijo, se quedará huérfano de padre, a muy corta edad, en 1923. El atavismo, tradición, fidelidad, son
factores que impulsan su decisión de ser torero, desde muy pequeño. Ni de niño ni de joven vivirá en la opulencia, pero tampoco
será el evitar “las cornás que da el hambre” la razón de su predestinación. Por
otro lado, las penas de su madre se le clavaron como un aguijón en el alma,
sintiendo la necesidad de mejorar su vida y las de sus cinco hermanas: Dolores,
Angustias, Angela, Teresa ,Soledad y tres sobrinas :Dolores, Encarna y Rafaela,
hijas de Angustias y huérfanas.
Asumió desde pequeño cuantos sacrificios fueron
necesarios para alcanzar la meta de su propio destino. Obediente, silencioso y
sumiso le dieron ese predicamento de buen hijo y buena persona. Erguido,
escueto, vertical, austero y sencillo desde joven. Parecía salido de los
pinceles del Greco o de un personaje de Cervantes. Muy cordobés, en eso que el
refrán concreta en “Decirle pan al pan y vino al vino”.
Doña Angustias le decía siempre “el niño”, pasando
rápidamente de chaval a muy hombre. No gozó de eso que se llama una infancia
feliz.
Vienen luego fechas claves
en su corta vida: el primer paseillo en Cabra (1931), su primer traje de luces
en Arlés (1933), aparece en su ciudad natal por primera vez en novillada con
picadores (1935), recibe la alternativa en Sevilla (1939), figurón del toreo
(1940), las grandes faenas (1941), su tauromaquia en la cumbre (1943), con
Arruza (1945), América (1946) y Linares (1947). Todo en un abrir y cerrar de
ojos.
Pero quién fue Manolete;
Hombre nacido entre guerras, fuera del toreo
casi nada le importaba. Patriota nato, apolítico, no aduló a nadie que
ostentara poder, ni mostró la mínima inclinación por una ideología concreta. Respetó
al Régimen y a los republicanos exiliados en México, su camisa no era azul ni roja, y sí blanca y limpia.
Asistía por igual, con la misma naturalidad a homenajes que le brindaban
esclarecidos literatos que modestos aficionados.
Como torero, el más intenso de todos los tiempos, ese era su toreo, las
esencias. Torero sin ninguna adherencia barroca. Se miraba al espejo y dedujo
que tenía que acomodar el toreo a sus inexpresivas hechuras de torero. Dedujo
que la recta era la línea del camino que estaba decidido a recorrer. Paró los
toros como nadie, mejor diremos se paró más que los demás. Basándose en esta
esencia, logró imprimirle carácter a su propio sentido del temple. Comprendió
que no era preciso mover los pies, pues bastaba para torear con sincronizar el
deslizamiento de los brazos con el ritmo de las muñecas. No necesitó que nadie
le enseñara como se deben matar los toros. En la estocada el alfa y la omega de
Manolete.
Córdoba lo alumbró, Sevilla lo lanzó y Madrid lo universalizó.
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